martes, 9 de abril de 2013

El territorio pitoliano: una vida literaria, una entrevista




La vida de Sergio Pitol (Puebla, 1933) se ha caracterizado por tener como principal eje a la escritura y al arte. A través de esos dos elementos Pitol ha potencializado su existencia al nutrirla con la constante presencia de esos elementos y, a su vez, se ha dedicado tenazmente a nutrir a la escritura y al arte con su propia existencia.

Mi vida es la literatura, vivo en la literatura. Si usted entra en esta casa [su casa en Xalapa, Veracruz], todo lo que rodea es literatura, estudio, enseño, leo y vivo en la literatura. Se escribe sobre lo que se conoce, pero a veces se conoce bien, a veces se conoce del todo, a veces se conoce internamente, a veces el organismo conoce cosas que la razón, que nuestra voluntad, no conoce del todo, pero que de alguna manera a través de la escritura, algo dejan filtrar de esa desolación, de ese desasosiego, de esa sensación de vivir en la cuerda floja, de algo que parecía estable y que está a punto de desmoronarse.

Creo que era un conocimiento oculto que no lograba expresar racionalmente. Estaba en el mundo de las sensaciones todavía, en el mundo del plasma primigenio, original. Creo que la literatura está hecha de eso, de muchas de estas cosas que llevamos, así como había ese ocultamiento seguramente habrá otros, a veces mucho menos graves, a veces insignificantes, pero estamos cargados de energías contrarias que sólo la voluntad puede mantener unidas para evitar el caos, la disgregación, la locura, la caída en el mundo de la estupidez.

Su obra literaria, que se ha nutrido desde su comienzo de los hechos vividos por Pitol, es constancia de que su vida se ha caracterizado por ser una permanente evasión y fuga no sólo de los lugares en los que ha vivido así como de las cosas que ha tenido, o de las personas que ha conocido, como él comenta en El arte de la fuga. Una fuga que comenzó desde sus primeros años y tuvo como principal refugio la literatura.

Con el paso del tiempo pienso y creo que la literatura, la lectura fue lo que me salvó. Conocer entre mis libros mundos diferentes, llenos de aventuras, sobre todo, me hacía tener la concepción de que lo que narraban los libros era el mundo real y que cuando yo estuviera sano iba a tener la posibilidad de conocer esas vidas y participar con los personajes en las historias que veía escritas.

Yo tuve una relación muy intensa con la literatura desde que empecé a leer, siendo muy pequeño, a una edad que a muchos les parecía increíble. Yo vivía en el ingenio de Potrero, mis padres habían muerto. La muerte de mi padre me dejó muy golpeado y casi inmediatamente después, la de mi madre me resultó peor, y todo eso yo creo que me debilitó físicamente...
     No llegaba yo a los cinco años. Cuando yo tenía cuatro murió mi padre, y debo haber estado por los cinco cuando murió mi madre. Entonces, le decía, yo creo que eso me quebró la salud. Mi hermanita menor no resistió el golpe y a las dos o tres semanas murió también. Yo contraje un paludismo al que le llamaban consultivo, Malaria consultiva, tuve una salud terriblemente quebradiza, al grado que no pude hacer la primaria, no tuve una escolaridad regular, por las fiebres, por la debilidad. Mi vida durante años transcurrió en el confinamiento a una habitación, y mis experiencias al aire libre se limitaban a la terraza a la que a veces salía yo cuando estaba bien. En ocasiones, cuando no se presentaba la fiebre, iba yo al cine algunas noches. En Potrero había cine una vez a la semana. Esas eran mis salidas al aire libre; no tuve juegos, tan necesarios a esa edad, ni me fue posible hacer ejercicio, como mi hermano y nuestros amigos y compañeros. Entonces los libros fueron mi salvación. Recuerdo que en una ocasión unas tías mías pasaron por Potrero y me llevaron unos libros infantiles, de aventuras, libros de Julio Verne y de Jack London. El primer libro que leí, y que adoro, que todavía venero porque señaló para ese niño enfermo la entrada al mundo en el que se desarrollaría posteriormente mi vida, fue Dos años de vacaciones, de Julio Verne; ese libro era todo lo contrario, lo antitético a lo que era mi vida. Es la historia de un grupo de niños que van a hacer un viaje, premiados por la escuela con dos semanas en un barco alquilado por los padres de esos niños para recorrer un grupo de islas, no recuerdo bien si en los mares de Australia o Nueva Zelanda, pero el día que se suben los niños se desata una tormenta y no ha subido al barco la tripulación, ni siquiera el mismo capitán de la embarcación... Entonces esta tormenta se lleva a los niños que naufragan y llegan a una isla perdida, donde viven dos años y donde de alguna manera, muy elemental, reconstruyen la historia de la tecnología humana, desde la domesticación de animales y el cultivo de algunas plantas hasta hacer telas, casas, máquinas rudimentarias para poder vivir de modo confortable, pero en contacto perpetuo, ininterrumpido con la naturaleza. Entonces es de imaginarse que para un niño permanentemente azotado por la fiebre, que no puede salir, que no puede ir a la escuela, descubrir todas estas maravillas a través de esos otros niños literarios es una experiencia asombrosa.
     Leí casi todo Verne, lo sigo leyendo con mucha pasión. En casi toda la obra de Verne hay niños o adolescentes, inmersos en aventuras y viajes. Así, con esas lecturas, pues viajé al corazón del África, a la Antártida, a las más remotas regiones de Siberia, la India, Turquía, al Amazonas, el Orinoco, Alaska, a México mismo, y todos esos viajes, por eso la colección se llama Viajes Maravillosos, me marcaron con sus paisajes inenarrablemente extraños, su gente, su fauna, el exotismo de lo remoto y los extraños medios también que se hacían, se hacen necesarios para llegar a esos lugares, como la nave para viajar a la luna, al centro de la Tierra o al fondo del mar. Todo esto me hizo vivir una realidad literaria, una realidad de la fantasía, mucho más fuerte que el mundo mismo. Cuando llegaban amigos de mi hermano de visita, o los amigos y las amigas de mi abuela, que hablaban sobre las cosas que les sucedía a ellos y de las cosas que pasaban en el pueblo y en la región, lo cotidiano, todo ello se me hacía tan plano y tan gris... me decía yo que qué había de atractivo en todo aquello, que era de una apabullante estupidez, de una grisura y un aburrimiento titánicos, cuando el mundo era y es mucho más interesante.
     Fui desde los cinco años un lector de tiempo completo y eso creo que me salvó la vida y me hizo la infancia una época floreciente, una infancia felicísima; me parecía terrible que mi hermano tuviera que ir a la escuela todos los días, que tuviera que montarse en un caballo, que tuviera que cumplir tareas, cuando hubiera podido estar como yo, disfrutando la vida de los libros. De Verne pasé a libros que podríamos llamar de adolescente, que me maravillaron; libros de Dickens, de Stevenson, que representó para mí casi la continuación de Verne, La isla del tesoro, por ejemplo, los libros de Twain, Huckleberry Finn, Tom Sawyer... todo esto mantenía el carácter fantástico, los elementos de la aventura y el triunfo final. Por eso, ya estando en Dickens, en Twain, en Stevenson, que son grandes estilistas, me fue muy fácil llegar a los libros de mi abuela, que eran la novela inglesa y la francesa del XIX, entonces entré a la lectura de Balzac, de Stendhal; a los doce años o trece yo ya había leído los cinco volúmenes de Guerra y paz de Tolstoi.

Así también, la obra de Sergio Pitol formalmente y comparándola con el canon literario mexicano de influencias y estilos de su época, ha sido una permanente evasión que se convirtió en una búsqueda de su voz propia dentro de la escritura. Que lo llevó a la lectura de autores poco conocidos en México que adoptó como su genealogía literaria, muchos de los cuales también fue el primer traductor al español: desde Joseph Conrad, hasta el húngaro Tibor Déry, pero siempre con un especial apego por los autores rusos.

Toda mi vida la he estado leyendo entre otras literaturas, y he tenido una disposición especial, un apartado para la literatura rusa. Hay autores sin los cuales yo no podría concebir mi vida y quizás sería una vida gris y muy limitada. Por ejemplo, Antón Chéjov, que es el escritor que para mí es como un Dios tutelar.

En mis libros abundan los excéntricos, quizás en demasía, pero es natural. […] Y en mis largos años en Europa, sobre todo en Polonia y la Unión Soviética, mi mundo era ése. Las dictaduras, la opresión, los producían; ser raro era un camino a la libertad. La Inglaterra e Irlanda victorianas produjeron un ejército de ellos; quizás por eso tienen una literatura espléndida, Sterne, Swift, Wilde y sus sucesores. Cuando viví en Barcelona, a final de los sesenta y los setenta, me movía en círculos literarios que rozaban la excentricidad, el juego, ahora cuando los veo son otros, normales, almidonados, convencionales, salvo Cristina Fernández Cubas y Enrique Vila-Matas. En Madrid, Álvaro Pombo es un excéntrico genial.

Entre sus palabras, en cada nuevo texto, Pitol a imbricado de manera armónica su vida con su obra a tal nivel que la primera ha sido envuelta en un halo de su imaginación y especulación que la ha transformado en su obra más importante.

He leído toda mi obra, y no dejan de sorprenderme algunos relatos y trozos de novelas escritos durante casi cincuenta años. Los tres primeros volúmenes comprenden mi narrativa. Al terminar, me quedé asombrado o, más bien, perplejo. Mi obra y mi vida se imbricaban de un modo asombroso. Estaba frente a una autobiografía enmascarada, que quizás sería el único en descifrarla. En algunas partes he declarado que la literatura hace conectar todas las épocas de mi vida y les da una unidad: la infancia, los viajes, la escritura y la lectura, los sueños, una amplia variedad de sentimientos, desasosiegos, victorias, lecciones, desdichas, temores, hasta llegar a la vejez y a la proximidad de la muerte.

Una de las cosas que temo y que va a llegar, ya no muy lejos es la incapacidad literaria, el momento en que ya las dotes se han gastado, el momento en que los escritores comienzan a copiarse a sí mismos, que empiezan a sentarse en el trono que les han dado a ellos y no dar más novedades, no dar más de sí. Eso es una de las cosas que temo mucho. Temo también a las enfermedades cerebrales como el Alheizmer. Temo a la intolerancia, al oscurantismo, a las fuerzas de la incultura y de la antirazón, lo que se opone a la vida, a la luz, a la libertad absoluta.

A la vez que la obra de Pitol se ve muy comprometida con sí misma, con el arte, con su naturaleza innovadora, y el efecto que provocará en su lector; Pitol nunca ha olvidado el factor social en donde se inserta todo hacer humano, en especial el artística ya que escribir para Pitol es el proceso con el cual se autodetermina como ser humano. El acto de escribir implica la objetivación de la percepción y la memoria: la manifestación textual de la consciencia-de-sí que lo distingue ante los otros.

La literatura es una cosa que se está moviendo en el tiempo.

Su movimiento ha sido contante, dentro de sus obras como en su vida. Tal vez la evasión sea el mismo motor que mueve su escritura, no el reconocimiento o la fama, sólo el deseo de seguir escribiendo y seguir perdiéndose en nuevos territorio ficcionales. La obra y vida de Pitol es una permanente evasión, una eterna escritura que trata de dar fe de ese movimiento: de esa fuga, no sólo de los lugares en los que ha vivido sino también de sí mismo.


NOTA DEL AUTOR: Este texto es un ensamblaje de varias entrevistas realizadas por otras personas. Las palabras en cursivas son de Sergio Pitol y no fueron modificadas, sólo recontextualizadas.

1 comentario:

  1. Me gusta el estilo que le imprimes a la biografía y cómo vas haciendo un rompecabezas con las entrevistas de Pitol. El ensamblaje nos habla, también, del dominio que tienes del autor y de su obra.

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