lunes, 22 de abril de 2013

Salvador Novo por Salvador Novo

[Grabado en madera de Montenegro]


Los textos literarios han existido mucho antes de que la moderna concepción de Literatura existiese; de forma paralela la concepción de géneros literarios cambia y va cambiando ese concepción de literatura que enmarca a los textos, al establecer un constante diálogo con las obras que se van publicando o de nuevas formas de leer viejos textos. Por otra parte, en las sociedades siempre han existido personas, grupos, que son mantenidos marginados por la propia sociedad; y no es sino hasta que se comienzan a ocuparse de ellos como grupo, o individuos, pero más importante cuando ellos mismo tiene la conciencia de su diferencia y toman la palabra para explicitarla, cuando el grupo se integra a la sociedad.
     Entre el ámbito literario y el social se pueden tender puentes para que este reconocimiento de las minorías se pueda llevar acabo. Para David Vilaseca (2003) ese medio son los textos autobiográficos (21) ya que al encontrarse a caballo entre varios límites genéricos y posturas ante la literatura, es el medio propicio para la toma de la palabra de los grupos marginados.
     El texto autobiográfico del escritor Salvador Novo (1904-1974), La estatua de sal (1998), no fue publicado sino quince años después de su fallecimiento y más de cuarenta años desde la fecha en la que fue terminado; es decir 1945. Esto se debió, como se comenta en la “Advertencia” (9-12) a La estatua de sal, al explícito deseo de Novo por mantener inédito el texto y, posteriormente, debido al fallecimiento del heredero de la obra de Novo, Antonio López Mancera, y el fallecimiento del editor que preparaba las obras completas del escritor, incluida La estatua de sal, Rousset Banda.
     La autobiografía de Salvador Novo tiene la posibilidad de ser leída al mismo tiempo como una bildungsroman de un joven homosexual en el norte del país y en la Ciudad de México en la época postrevolucionaria 1915-1945; así como un texto de corte confesional que da su particular versión de lo que ocurría en el ámbito literario y cultural de México en esas fechas. En ambos casos, es de notar que el texto se avoca primordialmente a la petite histoire: a la narración de la visión que hace posible el conocimiento del mundo, esa que nace de una mirada intencionada con el objetivo de encontrarse del otro lado de las cosas.
     En contraparte, para Sylvia Molloy (1996) los textos autobiográficos de la literatura latinoamericana del siglo XIX se caracterizan por darle mayor peso a la creación de los nuevos estados nacionales como el caso de Domingo Faustino Sarmiento y su obra Facundo o Civilización y barbarie en las pampas argentinas de 1845; o visto desde otro punto de vista: aquellos textos priorizaban el factor externo de la historia para explicar el movimiento interno de los protagonista. Quien hizo la primera reversión de este modelo de autobiografía, sigue Molloy (461), fue José Vasconcelos con su serie de cuatro libros que inician en 1935 con Ulises criollo y terminan en 1939 con El proconsulado; sin embargo, en los cuatro textos seguía presente en primer plano la polaridad de historia nacional e historia personal.
     En el caso de Salvador Novo en su autobiografía mueve el foco temático de lo nacional al cómo es y ejerce su sexualidad en un México donde la homosexualidad seguía considerándose una enfermedad, un desviamiento vulgar. En el prólogo a La estatua de sal, Carlos Monsiváis se pregunta: “¿Por qué escribir La estatua de sal? ¿Por qué ser el único homosexual de un largo periodo que devela su censuradísima intimidad?” (13). La respuesta que da el propio Monsiváis al finalizar su ensayo es: para encontrarse en otro tiempo, en otro espacio, a sí mismo en el espacio que es la escritura y la literatura (72). Casi un siglo antes Chateaubriand había advertido que a través de las memorias se escucha la voz de un muerto; en el caso de Novo, la voz que se escucha es una construcción hecha por él mismo que se desplaza a otro tiempo, que busca a otros lectores, y apela a otra forma de ser entendida la narración de su vida.
     Es importante tomar en cuento dos aspectos más del texto autobiográfico de Novo: cuándo lo escribió, 1945, y cuándo fue publicado, 1998. En 1945, comenta Monsiváis (13-14), no hubiese sido posible la publicación de La estatua de sal, ya que:
En 1945 no se sabe en América Latina de la lujuria otra, y Novo, al escribir sus memorias sexuales con la intención de publicarlas algún día, actúa con enorme valentía psicológica (escribir es conferirle a lo vivido una realidad muy distinta). En 1945 Novo se sabe, y con detalle, objeto de burlas y denigraciones, y por eso le ve sentido a su versión más bien triunfalista de la movilidad y la fijeza homosexuales, de las recompensas y el castigo que le sobrevienen a los quienes interrumpen su ascenso y se dan vuelta para contemplar, altaneros, el castigo a las ciudades de la llanura. Por razones muy atendibles (atizar el desprestigio es incurrir en riesgos múltiples), la idea de confesarse en público ante un horizonte de lectores conocidos y desconocidos es en principio vivir ante sí mismo la absoluta desnudez anímica. (68)
Su escritura autobiográfica es la toma de la palabra, y un posicionamiento ante el mundo sin los espejos que otorga la ficción y las concesiones que conlleva ésta, al velar la narración bajo un manto de irrealidad. Bajo las reglas de la ficción es más importante, desde los tiempos de Aristóteles, que lo narrado sea verosímil a que narre los hechos de la realidad. La valía de Novo es haber tomada esa palabra desnuda y haberle dado prioridad a contar desde su condición homosexual, no de escritor reconocido, y por lo tanto de una persona que no tenía derecho a la voz ni a proferir su historia personal en ese tiempo.
     Salvador Novo escribió para existir y no seguir la imperante lógica del ocultamiento (Monsiváis: 19), respecto a las otras formas de ejercer la sexualidad en México, en donde “si no se nombra no existe”. Escribió para dibujar el contorno de su persona, como revancha al sistema, como después lo haría Reinaldo Arenas, como un principio de identificación que ayudó a repensar los límites del género autobiográfico, pero principalmente, para des-dibujar los límites de lo masculino, de eso otro que se vuelve uno: algo que siempre ha estado presente y se descubre novísimo cuando se nombra.

REFERENCIAS

Molloy, Silvia. “The autobiographical narrative”, The Cambridge History of Latin America Literature, Vol. 2: The Twentieth Century, eds. Roberto González Echevarría & Enrique Pupo-Walker. Cambridge: Cambridge University Press, 1996. pp. 458-464.
Monsiváis, Carlos. “El mundo soslayado (Donde se mezclan la confesión y la proclama)”, Novo, 2008. pp. 13-72.
Novo, Salvador. La estatua de sal, 2ª ed. México: FCE, 2008.
Vilaseca, David. Hindsight and the Real: Subjetivity in Gay Hispanic Autobiography. Bern: Peter Lang, 2003.

sábado, 13 de abril de 2013

Pitol no escribe, recuerda

Hacia fines de noviembre visite una vieja casa en Xalapa. Una casa con paredes recubiertas de cuadros y anaqueles repletos de libros; una casa que más bien parecía un museo o una constatación de un largo viaje por todo el mundo. La casa tenía un amplio jardín que se conectaba, mediante una puerta casi oculta, con un jardín aún más grande. Al entrar a la casa se llegaba a una sala donde había muchas fotografías; la cocina y una pequeña sala de estar, se podían ver de sólo traspasar la puerta. En un cuarto ubicado a la izquierda se hallaba el estudio biblioteca mas los libros al no hallar cabida en ese pequeño cuarto invadían todos los rincones de la casa, llegando hasta el baño. Parecía que la casa ya no era habitada, acaso sólo por cuadros y libros, y todas las cosas dispuestas para llevar la rutina cotidiana sólo estuvieran en el lugar que estaban para generar un efecto de familiaridad en los visitantes que como yo no van únicamente a mirar las paredes.
     En esa casa vive Sergio Pitol Demeneghi. Escritor, traductor, profesor de literatura, antiguo diplomático mexicano en el extranjero y agregado cultural. Pitol pasó largo tiempo de viaje alrededor del mundo: más de veinte años. Y otros tantos años en esa vieja casona.
     A todos lados que iba, me comenta un joven que ayuda a Sergio Pitol, con él llevaba siempre varios cuadros y muchos libros, y curiosamente en la mayoría de los casos esos cuadros y libros cambiaban de manos y se quedaban a residir en lugares tan distantes y diversos como Praga o Shanghái. Todo se fue quedando entre países, excepto Pitol, que si se piensa detenidamente más que escritor es un escapista. O tal vez sí se fue quedando entre todos los países en los que vivió, tal vez de ahí su actual condición en la que todos los idiomas aprendidos se le escabullen.
     Durante largo tiempo Sergio Pitol vivió leyendo, releyendo y traduciendo obras de escritores no frecuentados en el mundo de las letras hispánicas, mucho menos en el ámbito mexicano. Sus constantes escapes no sólo se corresponden con su movimiento por distintas geografías; empezó desde sus primeros años de vida y desde ese momento el punto de fuga siempre ha sido la literatura. La voz que hacía suya al traducir fue el principal motor de su posterior y consumado estilo estético. Pitol no le descubrió a los hispanohablantes nuevas formas de pensar al traducir, sino que con sus traducciones logró crear nuevas posibilidades de pensar la realidad de los hispanohablantes, lo que no es poca cosa.
     Su movimiento ha sido contante, dentro de sus obras como en su vida. Tal vez la evasión sea el mismo motor que mueve su escritura, no el reconocimiento o la fama, sólo el deseo de seguir escribiendo y seguir perdiéndose en nuevos territorio ficcionales. La obra y vida de Pitol es una permanente evasión, una eterna escritura que trata de dar fe de ese movimiento: de esa fuga, no sólo de los lugares en los que ha vivido sino también de sí mismo. Ahora él vive en su casa de Xalapa.
     Conocí a Pitol y su casa gracias a un amigo, otro escritor, que no vive en Xalapa sino en el DF y no vive en una casa, sino en un hotel. Otro escapista. Cuando me dijo de la posibilidad de poder ir a visitarlo me agradó la idea, sabía que no sería lo mismo que haberlo conocido hace cinco años, pero conocer el lugar exacto donde había escritor El mago de Viena, fue razón suficiente para aceptar la propuesta.
     Vive en su casa y debido a que ya no puede hablar, se la pasa mirando sus cuadros, sus pinturas, sus fotografías, el lomo de sus libros, por largos ratos durante el día. Si el acto de escribir implica la objetivación de la percepción y la memoria: la manifestación textual de la consciencia-de-sí que lo distingue ante los otros, entonces Sergio Pitol está pasando por su momento más lúcido de escritura; una etapa en la que ya no es necesario escribir nada, sólo recordar.
     Pitol ha potencializado su existencia al nutrirla con la constante presencia de esos elementos ficcionales de otros y, a su vez, se ha dedicado tenazmente a nutrir a la escritura y al arte con su propia existencia. Entre sus palabras, en cada nuevo texto, Pitol ha imbricado de manera armónica su vida con su obra a tal nivel que la primera ha sido envuelta en un halo de su imaginación y especulación que la ha transformado en su obra más importante.
     Ahora él no-escribe su pensamiento y en ese sutil movimiento creo que se revela su apasionado amor por las letras. Dejó de escribir su vida como si fuera literatura hace mucho, ahora, de nuevo en la vanguardia literaria, la recuerda como si fuera literatura.

martes, 9 de abril de 2013

El territorio pitoliano: una vida literaria, una entrevista




La vida de Sergio Pitol (Puebla, 1933) se ha caracterizado por tener como principal eje a la escritura y al arte. A través de esos dos elementos Pitol ha potencializado su existencia al nutrirla con la constante presencia de esos elementos y, a su vez, se ha dedicado tenazmente a nutrir a la escritura y al arte con su propia existencia.

Mi vida es la literatura, vivo en la literatura. Si usted entra en esta casa [su casa en Xalapa, Veracruz], todo lo que rodea es literatura, estudio, enseño, leo y vivo en la literatura. Se escribe sobre lo que se conoce, pero a veces se conoce bien, a veces se conoce del todo, a veces se conoce internamente, a veces el organismo conoce cosas que la razón, que nuestra voluntad, no conoce del todo, pero que de alguna manera a través de la escritura, algo dejan filtrar de esa desolación, de ese desasosiego, de esa sensación de vivir en la cuerda floja, de algo que parecía estable y que está a punto de desmoronarse.

Creo que era un conocimiento oculto que no lograba expresar racionalmente. Estaba en el mundo de las sensaciones todavía, en el mundo del plasma primigenio, original. Creo que la literatura está hecha de eso, de muchas de estas cosas que llevamos, así como había ese ocultamiento seguramente habrá otros, a veces mucho menos graves, a veces insignificantes, pero estamos cargados de energías contrarias que sólo la voluntad puede mantener unidas para evitar el caos, la disgregación, la locura, la caída en el mundo de la estupidez.

Su obra literaria, que se ha nutrido desde su comienzo de los hechos vividos por Pitol, es constancia de que su vida se ha caracterizado por ser una permanente evasión y fuga no sólo de los lugares en los que ha vivido así como de las cosas que ha tenido, o de las personas que ha conocido, como él comenta en El arte de la fuga. Una fuga que comenzó desde sus primeros años y tuvo como principal refugio la literatura.

Con el paso del tiempo pienso y creo que la literatura, la lectura fue lo que me salvó. Conocer entre mis libros mundos diferentes, llenos de aventuras, sobre todo, me hacía tener la concepción de que lo que narraban los libros era el mundo real y que cuando yo estuviera sano iba a tener la posibilidad de conocer esas vidas y participar con los personajes en las historias que veía escritas.

Yo tuve una relación muy intensa con la literatura desde que empecé a leer, siendo muy pequeño, a una edad que a muchos les parecía increíble. Yo vivía en el ingenio de Potrero, mis padres habían muerto. La muerte de mi padre me dejó muy golpeado y casi inmediatamente después, la de mi madre me resultó peor, y todo eso yo creo que me debilitó físicamente...
     No llegaba yo a los cinco años. Cuando yo tenía cuatro murió mi padre, y debo haber estado por los cinco cuando murió mi madre. Entonces, le decía, yo creo que eso me quebró la salud. Mi hermanita menor no resistió el golpe y a las dos o tres semanas murió también. Yo contraje un paludismo al que le llamaban consultivo, Malaria consultiva, tuve una salud terriblemente quebradiza, al grado que no pude hacer la primaria, no tuve una escolaridad regular, por las fiebres, por la debilidad. Mi vida durante años transcurrió en el confinamiento a una habitación, y mis experiencias al aire libre se limitaban a la terraza a la que a veces salía yo cuando estaba bien. En ocasiones, cuando no se presentaba la fiebre, iba yo al cine algunas noches. En Potrero había cine una vez a la semana. Esas eran mis salidas al aire libre; no tuve juegos, tan necesarios a esa edad, ni me fue posible hacer ejercicio, como mi hermano y nuestros amigos y compañeros. Entonces los libros fueron mi salvación. Recuerdo que en una ocasión unas tías mías pasaron por Potrero y me llevaron unos libros infantiles, de aventuras, libros de Julio Verne y de Jack London. El primer libro que leí, y que adoro, que todavía venero porque señaló para ese niño enfermo la entrada al mundo en el que se desarrollaría posteriormente mi vida, fue Dos años de vacaciones, de Julio Verne; ese libro era todo lo contrario, lo antitético a lo que era mi vida. Es la historia de un grupo de niños que van a hacer un viaje, premiados por la escuela con dos semanas en un barco alquilado por los padres de esos niños para recorrer un grupo de islas, no recuerdo bien si en los mares de Australia o Nueva Zelanda, pero el día que se suben los niños se desata una tormenta y no ha subido al barco la tripulación, ni siquiera el mismo capitán de la embarcación... Entonces esta tormenta se lleva a los niños que naufragan y llegan a una isla perdida, donde viven dos años y donde de alguna manera, muy elemental, reconstruyen la historia de la tecnología humana, desde la domesticación de animales y el cultivo de algunas plantas hasta hacer telas, casas, máquinas rudimentarias para poder vivir de modo confortable, pero en contacto perpetuo, ininterrumpido con la naturaleza. Entonces es de imaginarse que para un niño permanentemente azotado por la fiebre, que no puede salir, que no puede ir a la escuela, descubrir todas estas maravillas a través de esos otros niños literarios es una experiencia asombrosa.
     Leí casi todo Verne, lo sigo leyendo con mucha pasión. En casi toda la obra de Verne hay niños o adolescentes, inmersos en aventuras y viajes. Así, con esas lecturas, pues viajé al corazón del África, a la Antártida, a las más remotas regiones de Siberia, la India, Turquía, al Amazonas, el Orinoco, Alaska, a México mismo, y todos esos viajes, por eso la colección se llama Viajes Maravillosos, me marcaron con sus paisajes inenarrablemente extraños, su gente, su fauna, el exotismo de lo remoto y los extraños medios también que se hacían, se hacen necesarios para llegar a esos lugares, como la nave para viajar a la luna, al centro de la Tierra o al fondo del mar. Todo esto me hizo vivir una realidad literaria, una realidad de la fantasía, mucho más fuerte que el mundo mismo. Cuando llegaban amigos de mi hermano de visita, o los amigos y las amigas de mi abuela, que hablaban sobre las cosas que les sucedía a ellos y de las cosas que pasaban en el pueblo y en la región, lo cotidiano, todo ello se me hacía tan plano y tan gris... me decía yo que qué había de atractivo en todo aquello, que era de una apabullante estupidez, de una grisura y un aburrimiento titánicos, cuando el mundo era y es mucho más interesante.
     Fui desde los cinco años un lector de tiempo completo y eso creo que me salvó la vida y me hizo la infancia una época floreciente, una infancia felicísima; me parecía terrible que mi hermano tuviera que ir a la escuela todos los días, que tuviera que montarse en un caballo, que tuviera que cumplir tareas, cuando hubiera podido estar como yo, disfrutando la vida de los libros. De Verne pasé a libros que podríamos llamar de adolescente, que me maravillaron; libros de Dickens, de Stevenson, que representó para mí casi la continuación de Verne, La isla del tesoro, por ejemplo, los libros de Twain, Huckleberry Finn, Tom Sawyer... todo esto mantenía el carácter fantástico, los elementos de la aventura y el triunfo final. Por eso, ya estando en Dickens, en Twain, en Stevenson, que son grandes estilistas, me fue muy fácil llegar a los libros de mi abuela, que eran la novela inglesa y la francesa del XIX, entonces entré a la lectura de Balzac, de Stendhal; a los doce años o trece yo ya había leído los cinco volúmenes de Guerra y paz de Tolstoi.

Así también, la obra de Sergio Pitol formalmente y comparándola con el canon literario mexicano de influencias y estilos de su época, ha sido una permanente evasión que se convirtió en una búsqueda de su voz propia dentro de la escritura. Que lo llevó a la lectura de autores poco conocidos en México que adoptó como su genealogía literaria, muchos de los cuales también fue el primer traductor al español: desde Joseph Conrad, hasta el húngaro Tibor Déry, pero siempre con un especial apego por los autores rusos.

Toda mi vida la he estado leyendo entre otras literaturas, y he tenido una disposición especial, un apartado para la literatura rusa. Hay autores sin los cuales yo no podría concebir mi vida y quizás sería una vida gris y muy limitada. Por ejemplo, Antón Chéjov, que es el escritor que para mí es como un Dios tutelar.

En mis libros abundan los excéntricos, quizás en demasía, pero es natural. […] Y en mis largos años en Europa, sobre todo en Polonia y la Unión Soviética, mi mundo era ése. Las dictaduras, la opresión, los producían; ser raro era un camino a la libertad. La Inglaterra e Irlanda victorianas produjeron un ejército de ellos; quizás por eso tienen una literatura espléndida, Sterne, Swift, Wilde y sus sucesores. Cuando viví en Barcelona, a final de los sesenta y los setenta, me movía en círculos literarios que rozaban la excentricidad, el juego, ahora cuando los veo son otros, normales, almidonados, convencionales, salvo Cristina Fernández Cubas y Enrique Vila-Matas. En Madrid, Álvaro Pombo es un excéntrico genial.

Entre sus palabras, en cada nuevo texto, Pitol a imbricado de manera armónica su vida con su obra a tal nivel que la primera ha sido envuelta en un halo de su imaginación y especulación que la ha transformado en su obra más importante.

He leído toda mi obra, y no dejan de sorprenderme algunos relatos y trozos de novelas escritos durante casi cincuenta años. Los tres primeros volúmenes comprenden mi narrativa. Al terminar, me quedé asombrado o, más bien, perplejo. Mi obra y mi vida se imbricaban de un modo asombroso. Estaba frente a una autobiografía enmascarada, que quizás sería el único en descifrarla. En algunas partes he declarado que la literatura hace conectar todas las épocas de mi vida y les da una unidad: la infancia, los viajes, la escritura y la lectura, los sueños, una amplia variedad de sentimientos, desasosiegos, victorias, lecciones, desdichas, temores, hasta llegar a la vejez y a la proximidad de la muerte.

Una de las cosas que temo y que va a llegar, ya no muy lejos es la incapacidad literaria, el momento en que ya las dotes se han gastado, el momento en que los escritores comienzan a copiarse a sí mismos, que empiezan a sentarse en el trono que les han dado a ellos y no dar más novedades, no dar más de sí. Eso es una de las cosas que temo mucho. Temo también a las enfermedades cerebrales como el Alheizmer. Temo a la intolerancia, al oscurantismo, a las fuerzas de la incultura y de la antirazón, lo que se opone a la vida, a la luz, a la libertad absoluta.

A la vez que la obra de Pitol se ve muy comprometida con sí misma, con el arte, con su naturaleza innovadora, y el efecto que provocará en su lector; Pitol nunca ha olvidado el factor social en donde se inserta todo hacer humano, en especial el artística ya que escribir para Pitol es el proceso con el cual se autodetermina como ser humano. El acto de escribir implica la objetivación de la percepción y la memoria: la manifestación textual de la consciencia-de-sí que lo distingue ante los otros.

La literatura es una cosa que se está moviendo en el tiempo.

Su movimiento ha sido contante, dentro de sus obras como en su vida. Tal vez la evasión sea el mismo motor que mueve su escritura, no el reconocimiento o la fama, sólo el deseo de seguir escribiendo y seguir perdiéndose en nuevos territorio ficcionales. La obra y vida de Pitol es una permanente evasión, una eterna escritura que trata de dar fe de ese movimiento: de esa fuga, no sólo de los lugares en los que ha vivido sino también de sí mismo.


NOTA DEL AUTOR: Este texto es un ensamblaje de varias entrevistas realizadas por otras personas. Las palabras en cursivas son de Sergio Pitol y no fueron modificadas, sólo recontextualizadas.

lunes, 8 de abril de 2013

Sergio Pitol, la motivación por el viaje

Para dejar todo atrás y comenzar una nueva vida en otro lugar debe existir una motivación muy fuerte respecto a todo lo que se deja y a todos los que se dejan; así como debe existir en la futura existencia la posibilidad de una vida más plena, o de encontrar algo a lo que no se podía acceder desde el antiguo lugar de residencia. La vida de Sergio Pitol (Puebla, 1933) está marcada por significativos cambios de residencia, varios al interior de México y mucho más alrededor del mundo. Los cambios de residencia modifican la percepción, de eso estoy convencido.
     Antes que escritor Pitol debe ser definido como viajero. Desde esa imagen se puede articular la ruta tan particular que ha tomado su obra en la literatura mexicana y su propia vida.
     Para Sergio Pitol el viaje no sólo representa la iniciación para convertirse en escritor, sino una constante iniciación vital, como una eterna bildungsroman. Es significativo lo que escribe Ricardo Piglia (2005) al respecto: “el sujeto se construye en el viaje; viaja para transformarse en otro” (116); es decir, Pitol viaja para seguir siendo, desde otra posición crítico-vital, sí mismo. Pitol es un viajero en cuanto que esta figura implica movimiento, desplazamiento y emplazamiento. Su obra, de igual manera, se puede caracterizar por las mismos tres motores que definen su vida, así como por la significativa relación que guarda con ella misma.

I.

Los primos traslados residenciales de Sergio Pitol por el país ocurren desde muy joven; de 1945 a 1950 vivió en Códoba, Veracruz donde cursó sus estudios secundarios y preparatorios. En 1950 se muda a la Ciudad de México y de ahí va por una corta temporada a Europa en 1961. Terminado ese primer viaje por el extranjero regresó a Xalapa en 1966 para ocuparse de la dirección de la editorial de la Universidad Veracruzana, e irse de nuevo de forma indefinida de México en 1968 con rumbo a Barcelona.
     Ese traslado a Barcelona, que comenta Pitol no pensaba prolongarse más de un año y al final duró casi veinte, significó el comienzo de la fuga de Sergio Pitol no sólo geográficamente sino de su escritura a los textos de otros; es decir, a la traducción, de la que viviría enteramente en sus años en Barcelona. De notar es que en el periodo que va de 1969 a 1972 Pitol publicó alrededor de dieciocho traducciones en diferentes editoriales en España.
     En 1972 regresa Pitol a México de su estadía en Barcelona sólo para publicar su primera novela, que sin embargo pasó dentro del ámbito literario del país sin mucha atención por parte de la crítica literaria. Ese mismo año Sergio Pitol comienza su periplo alrededor del mundo como consejero cultural en las embajadas mexicanas de distintos países o como agregado cultural en las mismas.
     De nueva cuenta Pitol sólo vuelve a México en 1979 a continuar publicando su obra. En 1981 le otorgaron el Premio Xavier Villaurrutia por su libro de cuentos Nocturno de Bujara publicado ese año; en 1982, el Premio Latinoamericano de Narrativa Colima para obra publicada, por otro libro de cuentos: Cementerio de tordos. A su vez Pitol publicó en este periodo su segunda novela que, como la primera, sólo fue conocida por unos pocos lectores. En 1983 Sergio Pitol parte a Praga como embajador y comienza a publicar paralelamente en Barcelona y en México su ‘Tríptico del Carnaval’.
     Pitol regresa a México en 1988 en donde ya establecido en Xalapa, Veracruz emprende una nueva etapa de escritura, una marcada por su propia automitificación como escritor andante, en donde destaca su ‘Trilogía de la Memoria’.
     El primer libro de esta trilogía, El arte de la fuga, fue publicado en 1996 y de inmediato se notó un cambió en la apreciación que en general se tenía de la obra de Pitol. Como texto individual fue premiado con el Premio Mazatlán al mejor libro publicado ese año y recibió el Premio de la revista Viceversa en México. En el terreno de la apreciación de su obra completa hubo un cambio importante respecto a cómo se le veía dentro del canon mexicano; no es vano que Jorge Volpi (104) marque como cima y punto de inflexión del resto de su obra, precisamente, a este texto. Lo anterior se debió a la relectura y posterior revalorización de sus textos anteriores provocada por la avalancha mediática que significó El arte de la fuga. De esta forma la figura de Sergio Pitol en el mapa literario del país fue reubicada, de los márgenes, a los lugares privilegiados entre los escritores vivos más importantes de México (Chávez Castañeda y Santajulia, 2000). Tres años más tarde le fue otorgado el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo por el total de su obra en la edición de 1999.
     En el año 2000 Pitol publica la segunda parte de su trilogía, El viaje. En primera instancia el texto se nutre principalmente del diario personal que Pitol escribió durante su viaje a la Unión Soviética en 1986, al que añade comentarios sobre asuntos literarios, recuerdos, sueños y varias transcripciones de textos de otros autores.
     El mago de Viena es el texto con el que se completa la trilogía; fue publicado en 2005 y formalmente es la obra más ambiciosa de las tres, ya que los tópicos anteriores son entretejidos por Pitol en un discurso uniforme, sin apartados o capítulos que interrumpan la lectura y su interpretación, que es regido por el axioma “todo está en todo” (Pitol, 2007: 650); cuya consecuencia es una narración literaria que se presenta como un palimpsesto de memorias, lecturas y fragmentos de obras anteriores. El mismo año que publica El mago de Viena, a Sergio Pitol le es otorgado el Premio Cervantes como reconocimiento a su obra completa y a su impecable labor de traductor.
     Sus últimos libros que publicó Pitol fueron Una autobiografía soterrada, summa de estilos, recursos discursivos-narrativos y conglomeración de varios fragmentos de sus propios libros, y la redición de la autobiografía que publicó en 1966.

II.

En la obra de Pitol hay un evento que marca su vida significativamente: su traslado a Europa en 1968. Sobre éste el propio Pitol (2011) comenta que tuvo que vender casi todas sus posiciones, incluyendo unos cuadros, además de renunciar a la publicación periódica de su obra literaria en México, para poder realizar ese viaje. En ese mismo texto Sergio Pitol habla que varios de sus amigos entre ellos la esposa de Augusto Monterroso: Milena Guerra, lo motivaron para irse a Europa.
     A pesar de que toda su obra contiene elementos autobiográficos, algunas veces de forma implícita así como de manera explícita (Fernández de Alba, 2010; García Díaz, 2002), después de buscar en todos sus textos algo que dijera el propio Pitol sobre esa razón que lo motivó a partir con rumbo a Barcelona ese año, no he encontrado ningún dato. Tal vez esa razón está dispersa de manera oblicua en su correspondencia privada que sostuvo durante largos años con varios escritores mexicanos y extranjeros, como Margo Glantz o Carlos Monsiváis —actualmente en los archivos de la Universidad de Princeton, con la prohibición del propio Pitol de que esos documentos no sean abiertos sino hasta que él fallezca.
     Esta resolución hace explicito el hecho de que Pitol trata de dejar una figura de sí como autor y otra figura de su persona; separando la figura pública de la privada, aunque las dos sea posible identificarlas bajo el mismo nombre de «Sergio Pitol».
     La búsqueda de la entidad que ensamble las esferas de lo privado y lo público podría aclarar la posición de Sergio Pitol respecto a lo que vivía en México para que tomará la resolución de hacer un viaje de varios años por Europa, que al final se convertiría sobre la marcha en un viaje alrededor del mundo que duraría cerca de veinte años.
     ¿Por qué ocultar la respuesta? le preguntaría a Sergio Pitol, a sabiendas de que tal vez su respuesta sea precisamente de la misma naturaleza que la pregunta: tratando de ocultar la propia naturaleza de la enunciación con la omisión, el vacío y la especulación consecuente. Tal vez habrá que esperar a que los archivos de Princeton sean accesibles para poder escribir la biografía definitiva de Pitol, de otra manera: es decir sin desentrañar esa motivación de salir a Europa a buscar autores poco leídos que descifrar y posteriormente traducir para nutrir su propia genealogía, que sería decir salir a buscarse a sí mismo en los otros; una biografía que trate de ocultar esa carencia sería sólo una especulación, un espejismo acaso, no por ello desdeñable, de su vida su obra.
     Yo me aventuraría a tratar de hallar una respuesta en sus últimas obras que son su testimonio de su hacer literario, que no es más que su forma de pensar la realidad: como un texto infinito del que no es posible salir una vez que se entra en él. Lo que comienza como una bildungsroman se termina convirtiendo en una experiencia que, por su exceso de soledad, sólo puede llamarse rusa. Pitol, niño ruso.


REFERENCIAS

AAVV. Los territorios del viajero. México: Era, 2000.
Chávez Castañeda, Ricardo y Celso Santajulia. La generación de los enterradores. México: Nueva Imagen / CONACULTA /Patria, 2000.
Fernández de Alba, Luz. Sergio Pitol, ensayista. Xalapa: Universidad Veracruzana, 2010.
García Díaz, Teresa. De Tajín a Venecia: un regreso a ninguna parte. Xalapa: Universidad Veracruzana, 2002.
Piglia, Sergio. El último lector. Barcelona: Anagrama, 2005.
Pitol, Sergio. Trilogía de la Memoria: El arte de la fuga. El viaje. El mago de Viena. Barcelona: Anagrama, 2007.
—————. Una autobiografía soterrada (Ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones). Oaxaca: Almadía, 2010.
—————. Memoria (1933-1966). México: Era, 2011.
Volpi, Jorge. “Siete variaciones sobre temas originales de Sergio Pitol” en AAVV, 2000. pp. 103-113.

domingo, 24 de febrero de 2013

Sergio Pitol: escritor andante (historia de una ida y una vuelta)

[Pitol en Bristol, Inglaterra, 1961; foto: Phil Burkinshaw]


La vida de Sergio Pitol (Puebla, 1933), como muchos comentan y escriben, está estrechamente relacionada con la figura del viajero en la medida que esta figura implica movimiento, desplazamiento y emplazamiento. Su obra, de igual manera, se puede caracterizar por las mismos tres motores que definen su vida, así como por la significativa relación que guarda con ésta.
     Pitol ha escrito una obra vital: ha elaborado con su obra una compleja estructura verbal cimentada en sus propios recuerdos. Para Juan Antonio Masoliver Ródenas este elemento ocupa un lugar determinante en la obra de Pitol, ya que ha estado presente desde sus primeros textos: [éste elemento] no desaparece nunca de la obra de Pitol, sino que cambia de forma, de expresión o de énfasis” (2000, 60). Si la memoria es un oscuro mausoleo lleno de imágenes al que accedemos cuando recodamos y del que echamos mano cuando escribimos; lo de Pitol es ficcionalización pura: red de formas que tiene su par en los sueños y lo real. Calidoscopio de espejos que se refleja en sí mismo y convierte los recuerdos en recuerdos de los lectores.

     1. El movimiento

En El arte de la fuga Sergio Pitol narra su experiencia al realizarse una sesión de hipnosis; a la postre ese episodio sería el que marcaría el estilo y la forma de abordar los distintos temas a través del texto. De nuevo, Juan Antonio Masoliver Ródenas sostiene que ese fragmento sobre la hipnosis no sólo puede ser leerse como la declaración estética de toda la ‘Trilogía de la memoria’, de la que El arte de la fuga forma parte, sino de su obra completa (2007, 10-11). Escribe Pitol, poco después de describir lo acontecido en la mencionada sesión de hipnosis:
A la mañana siguiente desperté con una sensación desconocida, como si el diálogo conmigo mismo fuera diferente. Muchas cosas se me habían vuelto coherentes y explicables: todo en mi vida no había sido sino una perpetua fuga. Había habido experiencias fantásticas, sí, extraordinarias, de las que jamás podría arrepentirme, pero también un núcleo de angustia que me obligaba a clausurarlas y a buscar otras nuevas. (Pitol, 2007: 110)
En un primer momento ese comentario expone lo obvio: que los viajes han ocupado un espacio importante en la vida de Sergio Pitol; sumado a que los elementos autobiográficos recorren gran parte de su obra, como se expuso arriba, la temática del viaje pasa a ocupar un lugar ejemplar en la mayoría de sus textos. El fragmento citado de Pitol también pone énfasis en el modo que tiene él para relacionarse con el mundo: perfilando un movimiento que implica a la vez huida y búsqueda, geográfica y estéticamente.
     La salida de México en 1968 y su posterior regreso hasta 1998 son los hechos que marcan la vida y obra de Pitol. El territorio pitoliano podría definirse como esa doble fuga y doble búsqueda que termina en un regreso que apuntala a la propia figura de Pitol como viajero. Está figura mantiene una relación sumamente estrecha con la figura de lector, que no sobra decir es como a sí mismo se ve Pitol en sus obras: “El viaje era la experiencia del mundo visible, la lectura, en cambio, me permitía realizar un viaje interior, cuyo itinerario no se reducía al espacio sino me dejaba circular libremente a través de los tiempos” (2007: 182). Las dos figuras, viajero y lector, tiene en común la búsqueda de la diferencia, que les permita el reconocimiento de sí mismos en la en la otredad, esto debido a que “el sujeto se construye en el viaje; viaja para transformarse en otro” (Piglia, 2005: 116), una nueva posibilidad de sí mismo.

     2. El desplazamiento

Los primos traslados residenciales de Sergio Pitol por el país ocurren desde muy joven; de 1945 a 1950 vivió en Códoba, Veracruz donde cursó sus estudios secundarios y preparatorios. En 1950 se muda a la Ciudad de México y de ahí va por una corta temporada a Europa en 1961. Terminado ese primer viaje por el extranjero regresó a Xalapa en 1966 para ocuparse de la dirección de la editorial de la Universidad Veracruzana, e irse de nuevo de forma indefinida de México en 1968 con rumbo a Barcelona.
     Ese traslado a Barcelona, que comenta Pitol no pensaba prolongarse más de un año y al final duró casi veinte, significó el comienzo de la fuga de Sergio Pitol no sólo geográficamente sino de su escritura a los textos de otros; es decir, a la traducción, de la que viviría enteramente en sus años en Barcelona. De notar es que en el periodo que va de 1969 a 1972 Pitol publicó alrededor de dieciocho traducciones en diferentes editoriales en España.
     En 1972 regresa Pitol a México de su estadía en Barcelona sólo para publicar su primera novela, que sin embargo pasó dentro del ámbito literario del país sin mucha atención por parte de la crítica literaria. Ese mismo año Sergio Pitol comienza su periplo alrededor del mundo como consejero cultural en las embajadas mexicanas de distintos países o como agregado cultural en las mismas.
     De nueva cuenta Pitol sólo vuelve a México en 1979 a continuar publicando su obra. En 1981 le otorgaron el Premio Xavier Villaurrutia por su libro de cuentos Nocturno de Bujara publicado ese año; en 1982, el Premio Latinoamericano de Narrativa Colima para obra publicada, por otro libro de cuentos: Cementerio de tordos. A su vez Pitol publicó en este periodo su segunda novela que, como la primera, sólo fue conocida por unos pocos lectores. En 1983 Sergio Pitol parte a Praga como embajador y comienza a publicar paralelamente en Barcelona y en México su ‘Tríptico del Carnaval’.
     Pitol regresa a México en 1988 en donde ya establecido en Xalapa, Veracruz emprende una nueva etapa de escritura, una marcada por su propia automitificación como escritor andante, en donde destaca su ‘Trilogía de la memoria’.
     El primer libro de esta trilogía, El arte de la fuga, fue publicado en 1996 y de inmediato se notó un cambió en la apreciación que en general se tenía de la obra de Pitol. Como texto individual fue premiado con el Premio Mazatlán al mejor libro publicado ese año y recibió el Premio de la revista Viceversa en México. En el terreno de la apreciación de su obra completa hubo un cambio importante respecto a cómo se le veía dentro del canon mexicano; no es vano que Jorge Volpi (104) marque como cima y punto de inflexión del resto de su obra, precisamente, a este texto. Lo anterior se debió a la relectura y posterior revalorización de sus textos anteriores provocada por la avalancha mediática que significó El arte de la fuga. De esta forma la figura de Sergio Pitol en el mapa literario del país fue reubicada, de los márgenes, a los lugares privilegiados entre los escritores vivos más importantes de México (Chávez Castañeda y Santajulia, 2000). Tres años más tarde le fue otorgado el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo por el total de su obra en la edición de 1999.
     En el año 2000 Pitol publica la segunda parte de su trilogía, El viaje. En primera instancia el texto se nutre principalmente del diario personal que Pitol escribió durante su viaje a la Unión Soviética en 1986, al que añade comentarios sobre asuntos literarios, recuerdos, sueños y varias transcripciones de textos de otros autores.
     El mago de Viena es el texto con el que se completa la trilogía; fue publicado en 2005 y formalmente es la obra más ambiciosa de las tres, ya que los tópicos anteriores son entretejidos por Pitol en un discurso uniforme, sin apartados o capítulos que interrumpan la lectura y su interpretación, que es regido por el axioma “todo está en todo” (Pitol, 2007: 650); cuya consecuencia es una narración literaria que se presenta como un palimpsesto de memorias, lecturas y fragmentos de obras anteriores. El mismo año que publica El mago de Viena, a Sergio Pitol le es otorgado el Premio Cervantes como reconocimiento a su obra completa y a su impecable labor de traductor.
     Sus últimos libros que publicó Pitol fueron Una autobiografía soterrada, summa de estilos, recursos discursivos-narrativos y conglomeración de varios fragmentos de sus propios libros, y la redición de la autobiografía que publicó en 1966.

     3. El emplazamiento

Sergio Pitol sueña la vida de otros, sueña que es leído y en esa lectura vislumbra su propia vida, aquella que no es posible capturar en una ficción: la propia escritura que tiene como fin modificar el mundo, en la medida de lo posible: mucho o poco, y ser cambiando al mismo tiempo por él, en un acto recíproco que involucra a ambas partes en cuanto el escritor es consciente de su estado emplazado; es decir, de estar en-plaza, en un lugar específico, y al mismo tiempo en-plazo, en un tiempo determinado (Vázquez Medel: 26).
     Escribir para Pitol es el proceso con el cual se autodetermina como ser humano ya que este acto implica la objetivación de su percepción y su memoria: la manifestación textual de la consciencia-de-sí que lo distingue ante los otros.
     Se podrían tomar las palabras de Piglia para definir lo que pareciera un principio seguido a través de su obra literaria: “escribir y viajar, y encontrar una nueva forma de hacer literatura, un nuevo modo de narrar la experiencia” (Piglia, 2005: 115); uno donde todo tenga cabida en un constante diálogo.


REFERENCIAS

AAVV. Los territorios del viajero. México: Era, 2000.
Chávez Castañeda, Ricardo y Celso Santajulia. La generación de los enterradores. México: Nueva Imagen / CONACULTA /Patria, 2000.
Domene, Pedro M., ed. Sergio Pitol. El sueño de lo real. Batarro revista literaria, segunda época, núm. 38-40. Xalapa: Universidad Veracruzana / Instituto Veracruzano de Cultura / Secretaria de Educación y Cultura de Veracruz.
Masoliver Ródenas. “El privilegio de la locura. Textualidad, ensayo y creación en Sergio Pitol”. en AAVV, 2000. pp. 59-72.
—————. “Vivir para contarlo”. en Pitol, 2007. pp. 7-15.
Piglia, Ricardo. El último lector. Barcelona: Anagrama, 2005.
Pitol, Sergio. Trilogía de la Memoria: El arte de la fuga. El viaje. El mago de Viena. Barcelona: Anagrama, 2007.
—————. Una autobiografía soterrada (Ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones). Oaxaca: Almadía, 2010.
—————. Memoria (1933-1966). México: Era, 2011.
Volpi, Jorge. “Siete variaciones sobre temas originales de Sergio Pitol” en AAVV, 2000. pp. 103-113.

domingo, 17 de febrero de 2013

Crítica biográfica

La Crítica biográfica se trata en grandes rasgos de escribir sobre otro. Esto hace obvio su lazo con la historiografía, con la que comparte metodología, como es el trabajo con archivos, como es la interpretación de "documentos, cartas, manifestaciones de testigos oculares, memorias, relatos autobiográficos y demás testimonios", como escribe María Antonieta Gómez Goyeneche.
     En el caso de la Crítica biográfica centrada en la vida de escritores, el proyecto de investigación se ve enriquecido muy significativamente con la producción artística de éste; es decir, con los escritos que fueron creados por el escritor con la intención de ser consumidos (leídos) en el mercado literario. En este ámbito, la Crítica biográfica se convierte en un diálogo doble: el del biógrafo con la escritura suspendida del otro; y, de manera paralela, entre la situación específica del productor de la crítica y la situación específica de las escrituras en las que se basa el análisis.
     En algunos casos la obra del escritor estudiado coincide con el material que toma en cuenta la historiografía; lo que hace más rica la investigación pero al mismo tiempo la torna más complicada ya que siempre se tiene la duda de qué tanto el escritor ficcionalizó aspectos de su vida, o entrelazó hechos reales con hechos ficticios, en los dos casos la frontera entre realidad y ficción se difumina y hace que la Crítica biográfica cuestione el propio estatuto de realidad de sus datos.

No encontramos en un época en donde la muerte del autor fue dictaminada hace casi cincuenta años por Roland Barthes y aún así la Crítica biográfica ha sobrevivido, y hasta ha retomado nuevos aires con la incursión de metodologías y teorías de otros enfoques de investigación literaria como el postmarxismo, el  postcolonialismo, los estudios de génro, etc.
     Tal vez por eso George Hoffmann se refiera a la Crítica biográfica como la 'vieja escuela' en cuanto a los modernos estudios literarios.